Miedo al amor

Ella se debatía entre la tremenda seducción de su acento argentino y su animadversión frente a un yoismo que asociaba a los porteños. Un día investigó al respecto, ¿habrán desarrollado programas de formación, másteres en seducción?, y los resultados de su búsqueda fueron afirmativos. Afortunadamente, él era de otra localidad.

Él desplegó todas sus artes en su afán, hizo un enorme esfuerzo por abrirse en canal, por ser franco y exhibir su vulnerabilidad. Se había entrenado en una corriente muy de moda, inspirada en Sócrates (que ella criticaba frontalmente por considerarla insuficiente para abarcar de forma auténtica  la profundidad humana, y también por su tufo neoliberal a pensamiento positivo), y se le notaba mucha agilidad interrogatoria.

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Así, entre caña y vermut, cada uno desempolvó sus mejores máscaras, sus mejores mañas, sus escudos más protectores. Se esforzaron también por ser mínimamente honestos, por enseñar sus cartas, o al menos, por cuidar las heridas ajenas, y por supuesto las propias.

Él, fijo en su intención de poseerla, emocional y físicamente. Ella rígida en su convicción de no caer en sus garras, o al menos no plenamente… le envolvía, tenía que reconocerlo, como si fuera un arrumaco marino.

En un vis a vis verbal, propio de investigadores policíacos, se desnudaron, hasta donde les permitió el miedo. Él no consintió renuncias, no le valía, no le gustaba, no admitía un “no sé” por respuesta; ya “estaba de vueltas”. Quería apostar, su puja fue todo al Sí.  Se enojaba por momentos, tenía que reconocerlo, pero volvía al ring con su objetivo como zanahoria.

Ella, protegiéndose en una duda prohibida, pronunció “paso palabra”, ante una de sus abundantes y certeras preguntas. “¿Qué es lo peor que podría pasar si somos pareja?” Ella no abrió ni un ápice su interior. Él sentenció que sin respuestas él no continuaba, que en eso era irreductible; le falló la coherencia entre sus palabras y su conducta, continuó en su cortejo, desde ese momento infructuoso.

Ella, se parapetó con el silencio, sólo así respiró profundo.  Desde entonces, para sus adentros, un eco que continúa hasta la fecha: “enamorarme  hasta las trancas, tanto, tan intensamente, tan perdidamente, que la posibilidad de volver a ser fragmentada en cachitos sea real”.

Fin.

Psicólogo Collado Villalba – Psicólogo Madrid Avenida de América

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