La primera escena se desarrolla en un bosque de robles, un día cálido y lluvioso de invierno, entre un chico y una chica que casi no se conocen. La escena dos se desarrolla en una terraza de Madrid, al atardecer, en estos bares de moda que proliferan por las azoteas de la gran ciudad, los protagonistas son novios. La tercera y última escena, ocurre entre dos amantes, la protagonista va en bicicleta a buscar a su amante a la salida del trabajo, únicamente para despedirse.
- Bajo esa lluvia menuda e ininterrumpida, que había empapado su chupa de montaña azul celeste sin opción a secarse, ella le explicó que no era nada sexual, que no lo necesitaba, y que no acostumbraba a meterse en la cama de nadie sin conocer mínimamente a la persona que tenía delante. Sus palabras, las de ella, como eco de fondo mientras él no podía despegar de su retina esta imagen: la ropa empapada pegada a su cuerpo, su cabello chorreando gotas que recorrían su frente, su nariz, el perfil de su boca y se deslizaban por la barbilla hasta dejarse caer tímidamente en el vacío. Su mirada esquiva, la de ella, deteniéndose momentánea y profundamente en sus ojos, los de él, para luego desaparecer en puntos del horizonte inexistentes. Sus manos, las de ella, acompañando el ritmo de su discurso, como si se tratara de una bachata. Como colofón su inevitable, para él, labio inferior aprisionado por los mordiscos de su perfecta dentadura. Su voz, la de ella, ciertamente temblorosa. Su cabeza, la de él, partida en dos. Su mirada baja, la de él, también perdida en algún rincón de una tierra ciega. Su boca expulsaba silencio. Su pensamiento, el de él, expulsaba vapor. Pero eso sí, a su cama, la de él, ya se la había llevado alguna vez, su fantasía no se detiene ante los dobles mensajes.
- Detalladamente, hizo despliegue de su pergamino mental, en el que una por una, esgrimía las razones que tenía para no casarse con ella: principalmente dudaba de si quería comprometerse, había pasado por muchas situaciones los dos últimos años, y necesitaba dedicarse a sí mismo, a recolocarse, a fortalecerse. No se sentía en un momento para consolidar la relación, ni siquiera pensaba que podía estar plenamente entregado a ella, ni a la institución del matrimonio, y mucho menos para el paso siguiente, hijos. Más bien deseaba pasarlo bien, no quería nada serio, ni complicado, ni papeles, ni conflictos, quería fluir. Ella, le miró, le sonrió pesadamente, y se fue al baño. Él, escudriñó cada centímetro de su cuerpo mientras se alejaba, disfrutó con cada movimiento, con su pelo rizado y cobrizo en vaivén con su caminar, se enceló con las miradas que otros machos le procesaban y la acompañó hasta que desapareció tras la esquina. Ella, no, no se creyó nada de sus palabras, sin embargo, entendió que él jamás le perdonó aquella infidelidad de hacía dos años, su rabia, esa sí le llegaba cristalina. «No nos casamos -pensó ella- pero sé que me ama».
- Iracunda, vehemente, histriónica, dramática, colérica, contundente, le gritó: «A mí nadie, jamás, me volverá a tratar como tú lo has hecho. No me dejas opción. Lo nuestro se acabó». Se dio la vuelta, se dirigió hacia su bicicleta, y sólo de barruntar el viento golpeando su piel, sonrió profundamente, intuyendo el regreso de la libertad.
De fondo, en cualquiera de estas tres escenas, suena Joaquín Sabina, con su voz ronca, rasgada, con su aroma de crápula, con su conciencia hecha poemas:
Corre, dijo la tortuga, atrévete, dijo el cobarde,
estoy de vuelta dijo un tipo que nunca fue a ninguna parte,
sálvame, dijo el verdugo, sé que has sido tú dijo el culpable.
no me grites, dijo el sordo,
hoy es jueves, dijo el martes,
y tú no te perfumes con palabras para consolarme,
déjame solo conmigo,
con el íntimo enemigo que malvive de pensión en mi corazón.
el receloso, el fugitivo, el más oscuro de los dos,
el pariente pobre de la duda,
el que nunca se desnuda, si no me desnudo yo,
el caprichoso, el orgulloso, el otro, el cómplice, el traidor.
No mientas, dijo el mentiroso,
buena suerte, dijo el gafe,
ocúpate del alma, dijo, el gordo vendedor de carne,
pruébame, dijo el veneno,
ámame como odian los amantes.
Drogas no, dijo el camello,
cuanto vales, dijo el gánster,…
Colegiado nº M-20961
Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid »
Bárbara Bravo es una psicóloga licenciada con más de 20 años de experiencia en el tratamiento de trastornos emocionales y mentales. Desde su consulta en Collado Villalba, se especializa en terapias individuales, de pareja y familiares, ofreciendo un enfoque personalizado y cercano para ayudarte a superar cualquier reto emocional.
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