Pequeñas muertes

No existen palabras exactas para expresar lo que sentimos cuando tenemos que afrontar las pérdidas, las pequeñas muertes, sea cual sea su origen. Por eso me gusta leer poesía y utilizo la literatura en la psicoterapia (terapia narrativa). La poesía actúa como una llave de la compuerta emocional, y produce identificaciones en este plano, a pesar de que cada persona vive la muerte a su manera, las emociones más básicas las compartimos.

Os presento a Ana Merino, la que fue mi poetisa de cabecera durante la adolescencia, fase importantísima y convulsa del desarrollo, y donde atravesamos una muerte, la del niño que da paso al adulto.

 

Pequeños lloros

Yo sé que va a llover cuando de noche sabe a lluvia el aire.

Lo sé porque me duele la espalda

y tengo en la boca canicas de colores de tardes de recreo.

Guardaba los secretos en cajas de cartón agujereadas

llenas de gusanos blancos y suaves

y lloraba cuando decidían volverse mariposas

y cubrirlo todo con huevos diminutos

Lloraba y hacía llorar a la lluvia

y desconsolada mojaba los pies en cada charco.

También tuve galápagos que enterré en cajas grandes de cerillas

Y lloré mucho porque aquéllos no se volvieron nada,

decidieron un día darse la vuelta y esperar a morir panza arriba.

Es triste siendo niña ver morir a pequeños seres

que tantas horas pasan robándote los ojos.

Descubrir a la carpa ahogada en su locura

y cuidar estorninos caídos de su nido

y muertos desde el instante en que la madre los tira.

Enterrarlos a todos y cubrir su silencio con flores de jara

e imitar a los viejos en sus rezos susurrados

y creer que están vivos porque brilla la noche,

y los grillos son ellos que se han vuelto fantasmas.

                                                                                           Ana Merino

 

Nacimiento

II

Llevo a mis muertos en la voz

en el eco inconfundible de los días,

guardados en pensamientos que la nada ensombrece.

Hoy camino al encuentro del sendero que señala la huida

y bordeo un océano donde los gritos se pierden.

Desde allí mi murmullo los perfila

y el horizonte dibuja sus rostros,

y el tiempo que respiro se deshace en un llanto marino.

Así paso las tardes visitando a mis muertos

siendo el espejo vivo de herencias pasajeras;

mi nariz y mis ojos perderán los sentidos

y aceptaré ser memoria flotando en la saliva.

Reconozco a mis muertos en la honda añoranza del tiempo evaporado

y descalzo las horas buscando piedrecillas que guarden su recuerdo;

reconozco que existo al sentirlos nombrados

y quiero que sus nombres permanezcan.

                                                                           Ana Merino

 

Psicólogo Collado Villalba – Psicólogo Madrid Avenida de América

 

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