<Mariano disfrutaba con su grupo de amigos de las vacaciones en Almería, de las noches de brisa y copas lunares, de los días de sol y sal. Por supuesto, con su compañero de batallas, Yango, un mestizo que sacó de la perrera y que acudía con ellos a la playa,  sobreviviendo al calor que aliviaba con torpes juegos con las olas.

Mientras sus amigos se tostaban al sol, vuelta y vuelta, Mariano y Yango iniciaron su caminata playera diaria. Hablamos de estas playas donde la convivencia con perros está regulada, donde son bienvenidos.

Entonces llegó el momento, rutinario, en que Yango hizo sus necesidades y Mariano descubrió con horror que no había cogido bolsitas para excrementos. El único objeto con el que contaba era su bañador, miró alrededor por si había alguna basura que le permitiera recogerla, con resultado negativo. Se le ocurrió hacer un buen hoyo y ocultar allí el excremento. Feliz con su idea, cavó hondo y cubrió el objeto delictivo.

Cincuenta metros más allá, una mujer de mediana edad había observado toda la situación, le pidió aproximarse, y le inquirió, ¿cómo se atrevía a dejar allí un excremento en un hoyo? Mariano inmediatamente se disculpó, le dijo que tenía toda la razón, que estaba a una hora de su campamento base y era allí donde se había olvidado las bolsitas. Le dijo que no tenía nada más que sus manos y que pensó que esa era la mejor idea. Ella aumentó el tono de su acusación, exhibiendo cada vez más cólera. El insistió en que tenía toda la razón, que la responsabilidad sobre su perro y sobre sus excrementos era sólo suya, y que había sido un error olvidar las bolsas. Ella continuó elevando el tono, regocijándose en lo desconsiderado que Mariano era… Entonces, él observó que ella tenía un bolso de paja, con varias bolsas de plástico y le preguntó amablemente si le podría prestar una de ellas para desenterrar los excrementos y ponerlos en la bolsa y resolver así el entuerto. Ella le dijo que no, sin mediar explicación alguna, sencillamente no. La lógica se rompió. Sin embargo, ella siguió regañando a Mariano, con la cólera intacta.

Entonces, Mariano entendió que el problema de esta mujer no eran los excrementos. Entendió que si se arrodillaba y le mostraba la espalda para que ella le latigara, tampoco calmaría su rabia y su amargura. Así que la miró por última vez, llamó a Yango y prosiguió su camino, sin mirar atrás>.

Perdón

Es en estas ocasiones cuando pedir perdón no sirve, no sirve para la relación, para la resolución, para la obtención del objetivo común, para reparar, para curar, para que te comprendan, para que te PERDONEN.

Pedir perdón siempre servirá para tí, para el que lo pide, para que el que reconoce sus errores, sus fallos, sus debilidades, el que se desnuda ante el otro y exhibe su vulnerabilidad, sí sirve para demostrar que es más importante el nosotros o el objetivo buscado que nuestro propio ego o dinámicas destructivas. Sirve para nuestra propia conciencia.

Pero lamentablemente, a veces, no sirve para resolver conflictos, para la otra persona no sirve para nada, más que para actualizar una lucha de poder que aleja del nosotros o del objetivo común, puede servir como excusa para humillarte o vejarte, puede ser utilizado como canal de frustración y amargura del que no puede ni perdonar ni activar su propio proceso.

Alguien dijo alguna vez, que perdonar es amar, ese verbo…

Psicólogo Collado Villalba – Psicólogo Madrid Avenida de América

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